domingo, 3 de marzo de 2013

Maru Botana, el sabor de una gran sonrisa




Con su estilo descontracturado, cambió hace ya una década el aire de los programas de cocina. Pura energía, en esta nota habla sobre la demanda profesional y la de sus 6 hijos, y sobre cómo su familia se fortaleció con el dolor

Tiene rulitos. Tiene ojos del color del mar. Tiene una sonrisa dulce, como hecha de flores. Tiene una casa donde nada es excesivo. Un cálido living con chimenea, sillones y alfombra rústica, fotos familiares, una espuela de plata, recuerdo de algún abuelo. Mientras se la aguarda, pasa corriendo un malón de chicos. El de 6 juega a las luchas con el de 2 camino al Nesquik. Las lucesitas de las zapatillas se van detrás de las risas. 

Desde el jardín con pileta, una virgen custodia el rincón de los sillones de descanso. 

Con 40 años, la vida de Maru Botana tuvo risas y también llantos. La luz de sus ojos transmite los picores intensos de un chile picante y las amarguras propias del limón. Dulce, salada, amarga, agria… Pero como en las risas de los niños, en ella siempre vuelve el dulzor. 
 


Nació en el barrio de Belgrano en 1970, en una familia de clase media de padre médico y madre ama de casa, con dos hermanos más grandes. Fue al Colegio Nuestra Señora de la Misericordia, en el mismo barrio. Nada muy espectacular salvo ella, con su aura brillante, su independencia, su tesón y también su timidez.


Desde chica quiso tener su dinero. Comenzó a hacer tortas para vender en el barrio, en gimnasios; puso un cartel en el ascensor. Tortas, tortas y más tortas. 

Ella dice que lo dulce siempre le pareció más creativo. “En la elaboración lo dulce tiene algo de artístico en los colores, las texturas. Debe tentarte, siempre incluye alguna forma de seducción”, afirma la conductora de Sabor a mí, el programa que se emite de lunes a viernes, de 12 a 13, por Telefé. 

-¿Cómo empezaste a cocinar? 

-Tenía una abuela, a quien adoraba, que hacía crêpes y tortas: me encantaba ayudarla. Mamá y papá también cocinaban; en la cocina se vivía un clima encantado. Era mi momento de relax, de crear, de divertirme. Paralelamente, soñaba con tener una familia grande, siempre me encantaron los chicos. Vendía tortas y estudiaba Administración de empresas en la Universidad de Belgrano. Entonces, la casualidad hizo que encontrara a Francis Mallmann en una exposición y me fui a ofrecer a su restaurante Patagonia como cocinera. Me dijo que la cocina ya estaba armada, pero que podía hacer una práctica. Así empecé mi trabajo profesional. El mundo del restaurante fue como entrar a la vida real. 

Francis Mallmann tenía en ese momento un ciclo en el cable y llevaba a Maru como ayudante en la cocina. Entonces la vieron. Alguien de Utilísima le propuso hacer su propio programa y ella dijo que no por seguir junto al cocinero de los fuegos y los quemados. Mientras, hacía todo lo dulce para un local del Shopping Paseo Alcorta, recientemente inaugurado, y algunas participaciones puntuales en programas de cocina, mientras trabajaba en el restaurante y cursaba en la facultad. 

Así, recomendada por Mallmann, se fue a Estrasburgo a hacer un stage; más tarde, lo ayudó en Expo Sevilla durante un mes. Luego de 3 años de trabajo, el mismo chef le dijo que “ya estaba para más”. 

-¿Cómo hiciste para independizarte? 

- Mi papá, con todo el esfuerzo del mundo, porque era médico, me ayudó a abrir mi primer local en Arroyo y Suipacha. Allí trabajábamos todos: mi mamá, mi papá. Mientras tanto, seguía con la carrera. Comenzaba el auge de la gastronomía como la entendemos hoy y yo no fui ajena a todo eso.

En el año 2000 me hicieron nuevamente la propuesta de ir a trabajar a Utilísima; hice un casting y quedé. Pensé que iba a durar tres meses; en cambio, hace diez años que estoy en la televisión. Hice cinco maravillosas temporadas en cable hasta que me propusieron pasar a la televisión por aire. Y fui. No voy a olvidar más el día en que le pregunté a Claudio Villarruel qué tenía que hacer y me contestó: “Sé tal cual sos vos, no quiero otra cosa”. 

Vértigo. Qué digo y qué no. Ma´ sí, digo lo que pienso. Eso hace y dice Maru, con desparpajo y simpatía, amparada en sus rulitos ensortijados: dice todo lo que piensa casi sin filtros. Y sonríe. 

-Es reloco, porque atrás de la cocina hay otras vivencias y yo me doy y no me doy cuenta. Y esto es bueno y peligroso a la vez: se enciende la cámara y empiezo a hablar, hablar y hablar. Cuento toda mi vida, como si no estuviera en la tele. Supongo que también tiene algo de bueno, ya que de esta forma mis hijos saben que, a pesar de estar en la tele, su mamá es siempre la misma.

La cocina: la gran excusa

-El mismo acto de cocinar encierra un mensaje que recibe la gente. Siempre me pregunto qué es ese cariño y ese amor de la gente, y concluyo que la cocina es una gran excusa, porque me muestro como soy mientras explico una receta, y tal vez les cuento algo que me pasó: todo fluye. Nada fue de repente en mi vida, alcancé mis metas sin pensarlo ni programarlo, lentamente y con mucho esfuerzo. Todo fue creciendo paulatinamente, en un círculo transitorio donde todo se va desarrollando. 

-Pero el mundo de la televisión y de la cocina no es muy dulce. 

-Justamente por eso, cuando conocí a Bernardo (su marido), que era amigo de mi hermano y estudiaban ingeniería juntos, fue como un remanso para mí. Yo dormía entre las bolsas de harina y pensaba que no me iba a casar nunca. Vivía por y para la cocina. Horas y horas frente al horno, mucho laburo, mucho sacrificio, siempre creyendo que no iba a hacer a tiempo. A su vez, me movía en el ambiente de la cocina y la tele, que es muy loco. Estuve de novia con cocineros, todo muy diferente de Bernardo, que estudiaba para agrónomo. De estar de un lado para el otro, sentí que él era realmente la persona que quería para mi futuro. 

-¿Sos religiosa? 

-Sí. Mi familia es muy religiosa. La religión me acompañó mucho desde chica. 

-Por eso tuviste tantos hijos. 

-Nada que ver. Todos piensan que soy del Opus Dei, pero no, se dio en forma natural. Mi mamá siempre cuenta la anécdota de una amiga que la llamó para decirle: “Ojo, tu hija no va a quedar embarazada porque como está todo el día en la cocina va a tener problemas de esterilidad por el calor de los hornos”. Imaginate cómo le cayó el comentario [sonríe]. Mis hijos me encantan, los disfruto. Es un sentimiento tan fuerte... Ni siquiera me parecen muchos. Intento poder estar para abrazarlos, besarlos. Me gustan dormidos, despiertos, de todas las maneras. A su vez, entre ellos son muy unidos. Estoy orgullosa de la familia que construimos con Bernardo. Si bien pasamos momentos superdifíciles, de esos que te marcan para siempre, me gusta que mis hijos sientan el amor de su madre enseñándoles a luchar su futuro en base a determinados principios y valores. 

-¿Qué te ayudó a salir de la pérdida y el dolor? 

-El tema de creer, de volver a creer. Ante ciertas situaciones de la vida te vas cayendo y decís uhhh... Me tengo que levantar. Y lo hacés, con todo el dolor del mundo. Porque nos pasó este dolor, la pérdida de este hijo [N. de la R.: Facundo, que a los seis meses falleció de muerte súbita], es que pudimos apostar a volver a creer para mostrarles a los chicos que hay que seguir en camino. Lo que pasó es imborrable, convivís con eso en tu corazón y te preguntás por qué. Mis hijos conviven con su recuerdo por más que no esté. Incluso me pidieron hacerse una medallita con el ángel de la guarda, que tenga grabado su nombre atrás. Es muy lindo el cariño que sienten. 

-Una protección... 

-En el instante que sucedió aquello, mi hija que hoy tiene cinco años me dijo: “Facu está en el cielo, en los brazos de María”. Nosotros nos quedábamos helados, porque no sabíamos si decirle algo, si estaba bien, si estaba mal. Dejábamos que fluyera. Y continuaba: “Ahora está cantando, ahora está tomando la mamadera”. 

-No querrías salir de la cama... 

-Me propuse ni acostarme. Porque ellos tuvieron siempre una mamá tan activa y tan presente que sabía que si me caía, iba a ser al revés, el enojo iba a ser con el hermano y eso no lo quería. Con todo el esfuerzo del mundo traté de que pudieran ver que su mamá salía. Para mí fue como remar con un remo chiquito un bote enorme, gigante. Son situaciones a las cuales es imposible encontrarles una explicación. Pero tampoco se puede borrarlas. 

-Hoy te acompaña un hijo más. 

-Sí. Aposté a la vida y no fue una decisión fácil. Había que atravesar otra vez todo un embarazo, que el bebe naciera, con toda esa sombra negra que tenés encima de la cabeza. Pero valió la pena y fue bueno para los chicos, que vieron que se puede seguir a pesar del miedo, hablándolo todo el tiempo para que todos pudiéramos procesarlo. Ahora saben que Facu está en mi corazón y va a estar toda la vida.
Su energía es imparable. Se la nota incansable. Llena de vida. Tironeada por los chicos. Tironeada por la gente que en la calle le transmite su cariño. 

-¿Vas a tener más hijos? 

-Me matan (se ríe). Me rajan de casa. 

Por Silvina Beccar Varela
revista@lanacion.com.ar

UNA VIDA ENTRE FUEGOS Y ABRAZOS

María José González Botana de Solá nació el 17 de agosto de 1970, en Buenos Aires. Cursó sus estudios en el colegio Nuestra Señora de la Misericordia, en el barrio de Belgrano. Actualmente vive en un country en el Gran Buenos Aires.
Se recibió de administradora de empresas en la Universidad de Belgrano. Siempre fue muy deportista: se entrena de lunes a viernes, dos horas por día, con un personal trainer.
Tiene seis hijos: Agustín (11), Lucía (9), Matías (6), Sofía (5), Santiago (3) y Juan Ignacio (7 meses). El 21 de septiembre de 2008 sufrió la pérdida de Facundo, de 6 meses, que murió de síndrome de muerte súbita.
Sus trabajos en televisión comenzaron en 2000: Todo dulce (Utilísima) y Sabor a mí (actualmente en su séptima temporada, por Telefe), Maru a la tarde, Cocina rodante y Planeta Disney. Publicó ocho libros. Desde marzo último tiene, además, su propia revista de recetas, cocina y temas femeninos, Maru, que se publica con periodicidad mensual.
¿Cuál es su ingrediente dulce favorito? El dulce de leche, solo o en un alfajor Rogel.
¿Cuál es su plato más pedido? Los ravioles de calabaza, de alguno de sus cuatro locales (Retiro, Belgrano R, Barrancas y Belgrano).
Una película ligada a la comida: Sin Reservas o Julie & Julia.

HAY QUE PONERLE GARRA

“Cuando me preguntan sobre los jóvenes cocineros y qué consejo les daría, les diría que trabajen en un restaurante para foguearse y entender realmente cómo es cocinar profesionalmente. Que vayan de a poco, entendiendo que este es un mundo muy sacrificado. Algunas veces los jóvenes me inspiran temor cuando les veo poca alma de lucha, poca garra, poca perseverancia. Hacen una tarta de jamón y queso un par de veces y ya están cansados. Les digo: inventen variantes. Hay que poner un poco más de garra en la vida.” 

Fuente: La Nación
Fecha: 14 de noviembre 2010
 



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