Maru Botana, la cara más popular de la repostería local,
le puso el cuerpo a una representación para LNR de esa dulce debilidad.
Historia, mitos y
verdades del sabor de la tentación, ese que se siente con la punta de la
lengua, trae buenos recuerdos y produce felicidad. Sencillamente, irresistible.
Si algo en común tenemos los argentinos, además del gusto por la carne, es la pasión por las cosas
dulces. El país se caracteriza por contar con geniales pasteleros, reposteros y
creadores de dulzuras que en otros lugares del mundo no suelen abundar.
Para lograr ese valioso resultado,
las técnicas francesas son las que mandan, tanto en la elaboración de los
grandes clásicos como en el desarrollo de productos cada vez más originales.
Así, en tren de averiguar por qué chocolates,
tortas, cremas y delicias azucaradas nos seducen tanto, varias líneas de
análisis se cruzan para arribar a una explicación "científica". Por
ejemplo, los carbohidratos y los elementos que los componen ayudan a entender,
desde lo fisiológico, el origen de esta dulce debilidad, pero no sólo es la respuesta corporal a los
ingredientes lo que los vuelve tan deseados.
La cultura, las tradiciones, los rituales y la
facilidad de acceso a las materias primas pesan
mucho también en la elección.
Aunque creamos que la tentación es mundial, lo real
es que no todos los países son tan propensos a estos sabores: Asia prefiere las
frutas frescas; Medio Oriente, las frutas secas y
los dátiles, y en muchos países de América latina
lo que suma pasiones es el picante y las bebidas con mucho alcohol. ¿En qué
otro lugar del mapa existe un sabroso alfajor y un
pote de dulce de leche para acompañar la tostada con manteca?
Nuestra cultura dulce llegó desde Europa con el intercambio,
o mejor dicho la entrega, de materias primas por parte de los pueblos
originarios que fueron desarrolladas con las recetas creadas por los europeos.
Entre los franceses, especialmente Antonin Careme, crearon estilos, estéticas y
sabores de los renombrados postres que llegan hasta nuestros días (ver
recuadro).
Pero además del arribo de estas fórmulas mágicas del
país galo, el gran despliegue local estuvo
acompañado por el acceso directo que tuvimos a
las principales materias primas. La caña de azúcar,
el cacao tropical, la harina del maíz, los aceites, la leche y la manteca.
Y, finalmente, la gran frase que asegura que la
comida entra por los ojos ayuda a entender un poco más. ¿Quién puede resistirse
a un oscuro chocolate, a una cremosa
mousse, una esponjosa torta o a un brillante postre de dulce de leche?
La vista ya nos atrapó, pero el gusto
dictó el veredicto final. A la hora de probar cualquier alimento, la lengua y
el paladar trabajan para que la boca decodifique y entienda los sabores: el
amargo aparece en el fondo; el ácido, a los costados, y el dulce en la punta,
es decir, que es el primer sabor que se descubre al comer. La misma evidencia
aparece si recurrimos a la memoria para explicar la preferencia: entonces hay
que acordarse que nuestra primera impresión proviene de la leche materna, que
es dulce.
Como la primera
vez
"Es en la lactancia que se aprende a saborear
lo que luego se repetirá más adelante, cuando nos inviten con el primer
chocolate", explica el doctor Alberto Cormillot. "Tiene componentes
que hacen liberar dopamina, que es la hormona de la recompensa; un centro
cerebral que se estimula con estas dulces sustancias que tienen algunos de los
compuestos del chocolate. Además, el consumo tiene que ver con los hábitos. Por
ejemplo, a los mexicanos les gustan los picantes. Es decir que hay cosas que
están ligadas a las primeras comidas y otras que tienen que ver con la práctica
cultural."
El especialista en nutrición aclara que tenemos dos
centros reguladores: uno es el del apetito y otro es el de la recompensa, y que
ambos son muy sensibles. Por eso cuando ingresamos azúcares refinados y grasas
se vuelven tan adictivos. "Cuando uno come dulce le da placer y en la
medida en que se repita el consumo, los centros quedan sensibilizados con
necesidad de recibir más de ese placer."
En verdad, la asociación inmediata que se establece
entre las ideas de dulzura e infancia va más allá de la leche materna. Al
respecto, Cormillot aclara que la fascinación de los chicos (también de los
chicos entrados en años) se debe al poder de la empresa del caramelo. "La
industria se las ingenió para convertir el dulce en hábito. Si existiera una
isla sin dulce, la gente comería verduras y frutas. Pero lo primero que le
muestran a un niño, en la televisión y en salita de jardín, son las golosinas,
y así las van imponiendo. Cuando yo era chico, ese consumo era inusual, había
una sola marca de caramelos y se obtenían como un premio. Lo mismo pasaba con
las gaseosas, porque antes se tomaba agua", comenta.
Hablando de cosas ricas, el chocolate lidera todos
los rankings y encuestas, y los médicos aseguran que sus compuestos producen en
el cuerpo efectos fisiológicos que ayudan a entender por qué nos gusta tanto.
Su consumo beneficia la producción de serotonina, la
hormona del bienestar, que se ocupa de organizarnos el disfrute y las
sensaciones de tranquilidad, sedación y felicidad. El chocolate es rico en
magnesio y esto explica por qué las mujeres lo consumen en mayor medida, ya que
ayuda a mejorar su ánimo, especialmente en el período premenstrual, cuando este
mineral baja su porcentaje en el cuerpo. También contiene teobromina, un
estimulante natural similar al de la cafeína. Algunos expertos piensan que la
feniletilamina, sustancia del grupo de las endorfinas, es la que genera las
supuestas propiedades adictivas del chocolate. Tiene un efecto parecido al de
la anfetamina, es decir, mejorar el estado de ánimo. Finalmente, al comerlo
provoca una sensación placentera que se asocia al consumo de los carbohidratos
y las grasas, y como resultado se obtiene saciedad y rapidez mental. Esto
último ocurre porque su consumo aumenta la cantidad de oxígeno que llega al
cerebro. Y, por si fuera poco, resta señalar su poder antioxidante, gracias a
los compuestos fenólicos del cacao, que ayudan a prevenir enfermedades
degenerativas y el envejecimiento de las células.
Pero si tantos beneficios trae, ¿por qué da culpa
comerlo? "El chocolate se transformó en un alimento prohibido cuando
empezó la moda de la delgadez hace cincuenta años. Para los aztecas y los
conquistadores era una delicia", remata Cormillot. Otra aproximación que
propone el médico es que los humanos disfrutamos de lo energético y lo dulce lo
entrega inmediatamente.
Comer es una de las delicias de la vida y resulta
lógico por eso mismo que elijamos los alimentos que más nos gustan. Por otro
lado, la medicina demostró que al comer algo que nos encanta se estimula la
secreción de endorfinas que exaltan el humor. Pero la ecuación final no sólo se
relaciona con la ingesta, sino que está acompañada por el hambre que se tenga,
la experiencia de la vista, el olfato, el gusto y, sin lugar a dudas, el
momento del consumo. Y las cosas ricas, en buena compañía, son un índice
indiscutible de felicidad.
El creador de la
pastelería moderna
Aunque en el antiguo Egipto se manejaban técnicas de
panadería y horneado, y en la temprana Grecia los panaderos hacían una variedad
de tortas a base de queso crema, avenas y especias, la pastelería en tanto arte
recién aparece en Francia en el siglo XVIII. En 1863 se crearon las tarteletas
de almendras a cargo de Ragueneau; en 1740 se introduce en Francia el Baba, por
medio del rey polaco Stanislas Leszczynsky. En 1805, Lorsa, pastelero bordelés,
crea la decoración con cornetes. El mayor innovador fue sin dudas Antonin
Careme (cocinero y pastelero francés, París 1784-1833), al que la tradición
atribuye la croquen bouche, el merengue, el nougat, el voul au vent y el
perfeccionamiento de la masa hojaldre. Modificó la forma de las cacerolas para
hilar el azúcar, concibió moldes e incluso se preocupó por la forma del gorro
de los cocineros. Antonin Careme nació en épocas de la Revolución Francesa en
las sucias calles de París. A los 10 años, su padre, estibador de los muelles
del Sena, lo abandonó y, ese día, el dueño de una taberna le ofreció trabajo a
cambio de comida. Aprendió todo lo que necesitaba saber del oficio de cocina y,
a los 16, el jefe de Chez Bailly, la pastelería más importante de la ciudad,
requirió sus servicios. Se desenvolvía como pastelero, estudiaba a los clásicos
de la literatura y la gastronomía, y convirtió a la arquitectura en su segunda
pasión. "Las bellas artes son la pintura, la música y la arquitectura, y
la principal rama de ésta es la pastelería", dijo Careme, quien se apropió
de las bases de la arquitectura para realizar grandes obras arquitectónicas
moldeando el azúcar. Sus grandes montajes lo hicieron famoso y, con 18 años, se
convirtió en el pastelero de los grandes palacios.
Detestaba la cocina barroca llena de grasas y apostó
por la ligereza. Por eso que se lo señala como el precursor de la nutrición
moderna tan popular en la actualidad.
Duelo de oficios
Pasteleros y panaderos. Hoy los oficios están
diferenciados, pero su división surgió cuando los primeros fabricaban pasteles
de carne y pescado, tartas de fruta e incluso vendían vino. En la Francia del
siglo XV obtuvieron su victoria profesional: en 1440, el gremio de pasteleros
les sacó a los fabricantes de pan el derecho de hacer pasteles. En ese momento
se abrió camino para lo que hoy impera en nuestra vida cotidiana y crearon la
costumbre de los domingos comer pastel.
Para 1700 el conflicto seguía y los pasteleros, cada
vez más ofendidos, llevaron el caso a la corte. De allí surgió el decreto que
especificaba: "Solamente los pasteleros pueden usar manteca, huevos y
azúcar para hacer tortas a ser vendidas". Para ese tiempo las tortas de
bodas eran complejas construcciones ornamentadas.
El placer
original por Osvaldo Gross
Comer dulces tiene un trasfondo que va más allá de
los beneficios nutricionales y saludables. Ellos aparecen en nuestras vidas sin
darnos cuenta, desde el útero, y constituyen la primera sensación de placer.
Por eso, al nacer, la aceptación es innata. Hagamos memoria y recordemos la
etapa en que intentamos ampliar el panorama gastronómico de nuestros hijos. De
los cuatro sabores base (salado, dulce, amargo, ácido) nadie puede negar que el
único aceptado sin muecas de rechazo es el dulce. ¡Un ganador pleno! Los demás
nos llevan un tiempo de prueba y error, hasta integrarlos a nuestra dieta y
preferencias. De allí hay un paso al maravilloso mundo infantil de chupetines,
caramelos, helados, y golosinas.
Así, el primer paso en la aceptación de nuestra
profesión de pasteleros está naturalmente dado. Lo dulce se incorpora a todas
las comidas del día.
Aun en tiempos de afinar la silueta, celebramos
elegir como colación un caramelo ácido o un yogur diet antes que las tristes y
amargas endibias o flores de brócoli.
Resulta curioso que en la mayoría de nosotros surja
la necesidad de terminar el día comiendo algo dulce. Siempre antes de
acostarnos buscamos la forma de otorgarnos una indulgencia para un minialfajor,
bombón, turrón o mis queridas Rhodesias.
¿Qué nos lleva a esta actitud? Es el deseo, es el
recuerdo, es la ansiedad, es todo eso. Es volver por un rato a nuestro mundo
infantil donde se premiaban nuestras gracias, progresos, cumpleaños con dulces.
En el simple acto de comer un último bombón al terminar el día queremos
reasegurarnos la protección que sentíamos cuando niños. Recuerdo haber guardado
yo mismo, a escondidas de mi madre, una porción de mi torta de primera
comunión. ¡Por años! Sí, años estuvo encerrada en un viejo estuche de reloj.
Allí prolongaba el momento feliz que había pasado y, oh sorpresa, el vehículo
elegido para la memoria fue el dulce sabor.
La connotación festiva está asociada a un conjunto
de motivos que predisponen a los invitados a celebrar. Por eso, cuando nos toca
hacer una torta de aniversario o cumpleaños, tenemos el éxito asegurado.
Es en los postres de restaurante donde concentramos
el esfuerzo para lograr la sorpresa y el agrado. La tarea de alquimista obtiene
sabores, texturas y decoraciones que llegan a la mesa justo en el momento en
que se termina la comida.
Recordemos que el término dessert (postre en inglés
y francés) proviene del verbo galo antiguo "desservir", levantar o
limpiar la mesa (hoy el verbo cambió a "débarrasser"). Llegan ahí,
cuando queda una última chance para degustar, y definen la suerte de todo el
menú.
Yo siempre comparo esto con el último acto de una
ópera. Si hay buena puesta en escena, voces correctas y brillante régie, el
éxito de toda la ópera está asegurado, limpia los errores y nos deja un sabor triunfal.
Con los postres es igual, corrigen defectos del menú y nos predisponen para
terminar felices.
Si tienen que ver con sensaciones, o con
neurotransmisores, no lo sé. Mi experiencia viene del lugar de pastelero, con
años de servicio en restaurantes y hoteles. Y los postres siguen y seguirán
presentes en nuestras mesas.
Pastelero. Director del área de
Pastelería del Instituto Argentino de Gastronomía. .
Fuente: La
Nación Revista 14 Noviembre 2010
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