jueves, 23 de octubre de 2014

Doña Petrona, la cocina y el gas





Llevo en la sangre el gusto por la cocina, mis orígenes paternos y maternos están poblados por buenas cocineras. Desde muy pequeña fui educada en el arte de la cocina y, un poco por curiosidad infantil y otro poco por gusto, me fui acercando al mundo de las recetas. En todo esto mucho tuvo que ver Petrona C. De Gandulfo, ya que en los primeros grados de la escuela primaria practicaba lectura con sus conocidos libros que mamá atesoraba.

Tanto mi abuela paterna como paterna habían concurrido asiduamente a los cursos de Doña Petrona y a través de ellas recibí sus enseñanzas. Desde muy chica veía arrobada el programa televisivo de la gran maestra – aún me parece verla, junto a la inefable Juanita – y aquellas imágenes, junto a sus libros, marcaron indudablemente mi afecto por lo que hago.

Aunque el tiempo ha pasado y mucho han cambiado los dictados de la cocina actual, las enseñanzas fundamentales de Doña Petrona hoy persisten en forma casi inamovible, en especial debido a la calidad indiscutible en el uso de las materias primas y a la prolijidad y esmero en la confección de sus platos.

Tanto es así que, como dice mi mamá, si uno sigue cuidadosamente la letra de sus recetas, se puede decir que, a no dudarlo, los platos resultarán perfectos; con la conocida salvedad que, una misma comida realizada por dos distintos cocineros, llevará la característica propia de cada uno.

Quiero que estas sencillas palabras sirvan como homenaje a Petrona C. de Gandulfo, a quien los cocineros argentinos debemos buena parte de nuestra formación. Sin desmerecer en forma alguna los desvelos de otros grandes de la cocina de nuestro país, Petrona formó una escuela que nació de la palabra y se plasmó en su enseñanza escrita.



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