Frescos 29, una canasta de rulos
rubios dignos de un angelito del Renacimiento y cientos de palabras que caen de
su boca pisándose unas a otras, fundidas en onomatopeyas que suben y bajan como
en una montaña rusa. Maru Botana habla y delata su origen de familia “rebien” y
educación en colegios de Belgrano. Pero claro, matizado con una naturalidad que
es su marca registrada dentro del canal Utilísima Satelital, en el que irrumpió
su juventud como un huracán para llevarse como viejos techos de chapa esa
necesidad tan televisiva de la corrección y el discurso monocorde del resto de
las conductoras de la señal de cable. “Desde chiquita era matarme ¿entendés?
¿viste el típico té con las amigas? Bueno, yo invitaba a tomar el té y ¡¡trac!!
me preocupaba por hacer el pancito, el sanguchito, inventar una nueva torta.
Porque para mí la comida es reimportante. Me parece fundamental que sientan a
través de esos bocaditos, de eso que vos cocinás, que te estás matando para
mostrar el amor que tenés por la gente. Y que lo reciban”. Así empezó Maru
Botana, la chica favorita de los descubridores de furcios de “PNP” -el programa
que conduce Raúl Portal-, cocinando para sus compañeras del Misericordia de
Belgrano y para cada cumpleaños de los miembros de su familia. “Es que para mí
no hay mejor regalo que una buena torta, una comida hecha especialmente para
vos. Porque una se da cuenta enseguida cuando te invitan a comer si quisieron
agasajarte o compraron la pizza en la esquina para salir del paso”. Algo que
ella nunca haría. Jamás se le ocurriría abrir la heladera y preparar un plato
con lo que encuentra. “De ninguna manera, las recetas las quiero hacer tal cual
son. Cuando voy de compras me preocupo por comprar exactamente lo que hace
falta. Yo sé que un plato te puede salir carísimo por la calidad de los
ingredientes, pero me siento mal si compro un queso por otro. No me importa si
la gente se da cuenta o no, no podría superar que alguien me dijera ‘esto no te
salió igual que la otra vez’. Te juro que prefiero perder dinero si a fulana no
le puedo cobrar lo que realmente debería. Pero me quedo contenta igual porque
sé que le va a gustar y que le va a decir a alguien más lo buena que era mi
torta. Es un sentido de la responsabilidad que tengo, muy profundo”.
Es la responsabilidad de quien está
donde está, dice, porque “subir a donde subí fue una lucha, me costó un montón,
no fue tac, pim, pum, llegué. La pasé muy duro, pagué derecho de piso y ahora
siento un montón de orgullo”. ¿A que cima subió Maru? A la colina de los que
tienen un nombre propio que es también marca registrada. Aunque su local se
llame Magic Cakes, todo el mundo sabe quién es ella. “Estar arriba de mi nombre
es todo un logro, y además lo de la tele es algo que nunca me imaginé y que
nunca busqué pero ahora voy por la calle y la gente me abraza como si fuera la
hermana, es increíble tanto cariño”. La tele es una de las claves de su éxito,
sobre todo desde que un pequeño error la catapultó al aire en “PNP”: “Cuando me
vi en el programa no lo pude creer, no entendía cómo se habían fijado en mí”.
Lo hicieron porque mientras paseaba por la cocina de Utilísima en la que hace
su programa “Todo Dulce”, haciendo sonar la madera de sus zuequitos comentó que
el vecino de arriba siempre se quejaba cuando lo hacía en su casa. “Me pasaron
caminando por el techo y me morí de risa, no entiendo cómo hay gente que se
ofende”.
Golpe a golpe
“A mí me pasó algo muy loco, porque
una de las razones por las cuales acepté hacer ‘Todo Dulce’ era que salía por
cable y pensé que nadie me iba a ver. De todos modos me encanta golpearme, digo
¡¡trac!! lo hago y si me golpeo no importa”. Ahora que viajar en tren para Maru
Botana es un mundo de emociones por la cantidad de gente que la reconoce, ella
ve sus primeros programas y no puede creer “el desastre que era”. Sin embargo
esa espontaneidad que intentó domar sin éxito es un rasgo de identidad casi tan
importante como esos merengues que sobre sus tortas se estiran hasta el
infinito -o hasta quedar finitos, finitos-. La consigna para ella fue “ser como
soy”, simplemente, algo que no se traduce en sus recetas. “A mí me gustan las
cosas complicadas, con mucho tiempo de elaboración. Pero en la producción me
piden que busque cosas simples, fáciles. Y trato de alternar, una fácil, una
difícil”. Para zanjar esas diferencias con la producción comenzó a dividir su
ciclo en pequeños micros: cocina para hombres, para chicos, cocina light. “En
la cocina de hombres me divierto mucho porque se trata de que ellos nos
seduzcan, yo invento una historia, un malentendido entre la pareja que él tiene
que resolver ¡cocinando!. Y además doy sugerencias para que mimen a sus mujeres
o les hagan masajitos.”
Otro de sus clásicos que PNP terminó
de encumbrar son sus “traguitos”, cócteles preparados especialmente para
distintas ocasiones que ella bebe en cámara y al minuto siguiente se muere de
risa. “Eso siempre lo hago porque me encanta, ¿viste cuando estás con amigas y
se te ocurre tomar un traguito de champagne? Me parece reimportante, es algo
así como una salidita. Pero ojo que no veo bien la gente que toma para
incentivarse, yo soy cero en tomar, con dos sorbos ya estoy contenta. Es un
momento de distensión.”
De la cocina, elige lo dulce “porque
es más creativo”, pero no es lo único que hace. “Con respecto a lo salado me
gusta la comida casera, que la gente coma en mi local y se sienta en su casa.
En la Argentina comida casera es de todo: ¿quién no tiene un familiar que haya
venido de Italia o de Alemania? Entonces es una mezcla de sabores y costumbres
que te permiten variar la comida todos los días respetando lo artesanal en la
preparación.”
Mimos que engordan
A los 29, Botana goza de más de 10
años de experiencia. Hace 8 que tiene su propio local y bastante más que se
inició en comercializar su arte culinario. “No sé de dónde me habrá salido este
impulso por salir a vender, porque en mi casa nunca me faltó nada, es una
familia rebien. Pero tengo como una cosa, una necesidad de ser independiente
desde muy chica, nunca me gustó perdirle plata a mi papá”. Entonces, con esas
recetas que su mamá traía de los cientos de cursos de cocina a los que asistió,
empezó las primeras pruebas que vendió, a los quince abriles, en una pista de
patinaje. Después siguieron otros bares que exhibían sus tortas y el horno de
su casa totalmente tomado por la actividad de la nena que no daba respiro a la
cocina. “La gran oportunidad la tuve con Francis Mallmann, lo conocí en una
exposición de comidas, estaba renerviosa, para mí era toda una personalidad”. Y
a la personalidad no se le pasaron por alto sus grandes ojos azules y la
sonrisa siempre dispuesta, enseguida la llamó para trabajar de moza en
Patagonia, el restorán que Mallmann aún no había inaugurado. Maru fue a la
entrevista y confiada en el “buen feeling” que tuvo con el chef le confió que
su sueño no estaba entre las mesas sino en la cocina. “Me dijo que fuera a
hacer prácticas y pasé dos años con él, Francis me ayudó en todo, me dio la
posibilidad de hacer un stage en Francia y promocionó mi local cuando me animé
a abrirlo”.
Fueron épocas difíciles para la
repostera blonda, “era la única mujer en la cocina, salía a cualquier hora y
además iba a la facultad”, todo eso con dulces 18. Los dos primeros años
pasaron volando, pero cuando empezó el tercero su resistencia se quebró. Y fue
entonces cuando sus padres le ofrecieron poner el local que fue la luz de sus
ojos hasta el nacimiento de Agustín, su hijo de menos de un mes. “Al principio
fue tremendo porque toda mi vida se reducía al negocio, pensé que jamás me iba
a enamorar, que con ese ritmo nunca conocería al hombre de mi vida”. Pero ese
hombre la esperaba escondido entre los amigos de sus hermanos. “Nunca me había
registrado y ahora somos una familia, él también me ayudó porque pone algunos
límites, yo no sé mandar, sólo sé cocinar”.
Y cocinando conquista a la gente.
“Me encanta engordarlos, es mi forma de dar cariño, de mimarlos. Pero yo jamás
me comí una porción de torta, no soy de las que prueban el relleno, ni siquiera
me chupo la cuchara del dulce de leche. Es más, la gente a veces no cree que
cocino porque no soy gorda pero cuando estás trabajando con comida no podés
comer, tengo los olores en la cabeza y prefiero una ensalada simple antes que
esas tortas tremendas que hago”.
El placer del exceso
Nunca sintió culpa por llenar a sus
amigas de calorías, si no fuera porque se lo pidió la producción de Utilísima
jamás habría pensado en dedicarse a la cocina light. Es más, el secreto de su
repostería está en el exceso: “Cuando hago una torta no pienso en cuánto dulce
de leche le pongo, cuanto más mejor, igual con las frutas o con lo que sea. No
me gusta que la gente se quede con las ganas, las mías son tortas para
devorar”. Pero hay algo más, algo que para ella es la frutilla de la torta, “es
la garra que pongo en cada cosa que hago, el amor, yo vengo de una familia en
la que se valora mucho la cocina y eso lo heredé y lo puse en práctica. La
cocina es importante por lo que significa como medio de comunicación y por el
valor de cada ingrediente”. Sus tortas, esas que exhibe con orgullo, son
voluminosas al punto de empalagar la mirada, ese es su estilo, el desborde. Y
lo cultiva. En la señal de cable donde se presenta todas las semanas, habla sin
parar y se equivoca, tira cosas al piso, usa cientos de huevos, kilos de dulce.
Ya nadie la detiene cuando comete un error, saben que eso es lo que la gente
pide. “Soy muy apurada para hablar, me trago palabras o las invento, mi papá
que es reculto no puede creer la forma en que me expreso pero a la gente la
hace sentir como más humana ¿entendés? Yo no sabía qué iba a salir de ese
programa ni sé por qué me eligieron a mí en lugar de a una de las trillizas de
oro que al principio lo iba a conducir pero lo amo y estoy como en mi casa”.
“Nunca se me ocurrió pensar que
podría ser anacrónico hablarle a las amas de casa, cuando era chica veía
‘Utilísima’ y bueno, ahora estoy ahí. Mis amigas se matan de risa y yo también.
Si me lo hubieran dicho entonces no lo creería.” Ahora ésa es su rutina, no le
importa pagar el precio de la fama sometiendo a su bebé a las cámaras que la
registraron apenas salió de la sala de partos. “No me importa porque soy cero,
no estoy ni ahí de la farandulita. Soy como soy y así me quieren ¿entendés?”
Por Marta Dillon
No hay comentarios:
Publicar un comentario